Hay quienes huelen bien. Y hay quienes son recordados por su olor.
A Daniel siempre le gustaron los perfumes.
No era un tema de vanidad. Le gustaba oler limpio, sentirse bien.
Pero pasaba algo que no entendía:
usaba perfume… y nadie lo notaba.
Veía cómo otros entraban a una sala y la gente volteaba.
Cómo alguien pasaba y dejaba una estela.
Cómo el simple hecho de oler bien… podía marcar diferencia.
Y sí, lo envidiaba un poco.
Hasta que un día, alguien le explicó algo que nunca había escuchado:
cómo aplicar bien su perfume.
No el frasco. No la marca. La técnica.
Ese día empezó a cambiar algo.
Las personas lo notaban sin verlo.
Lo identificaban por su aroma.
Y por primera vez, su presencia llegó antes que él.